Un triunfo, un derrotado, una posibilidad

Por: Carlos Almenara

20 de julio de 2010

Un triunfo

La madrugada del 15 de julio se aprobó la Ley de Matrimonio igualitario.
No hay que perder de vista la magnitud del logro. Además de un progreso en igualar derechos, quizá lo menos importante sea la ley en sí, mayor impacto tiene como símbolo y expresión política y cultural. Básicamente senadores de diversas fuerzas políticas acordaron un pacto cívico democrático, toda vez que impidieron que se imponga una concepción teocrática de la legitimidad y la sociedad.
Sobre la discusión, las implicancias políticas y culturales de la norma, así como el rol de la Iglesia Católica pueden verse las notas de Cristian Ortega y Marcelo Torrez en El Sol del 15 y 16 de julio.
Es evidente el avance en la igualdad de derechos y el mayor espacio a la autonomía personal que no perjudica a terceros. Este es un punto que hay que tratar: cómo los conservadores establecen distintos estándares para juzgar la libertad individual. Les parece lo más normal que una persona ande armada, situación riesgosa para la sociedad y discriminan por la opción sexual, cuestión que en nada afecta a terceros. Este tema hay que profundizarlo porque el planeta no soporta, materialmente, el pensamiento individualista extremo que no se detiene ante la sociedad, el ambiente ni nada.

Un derrotado

Queremos marcar, sin embargo, cierto relato histórico muy significativo para el país que estuvo en juego estos días. Nos referimos al integrismo católico.
El integrismo católico es un modo de entender la religión de forma fundamentalista, inmutable, esencialista y mesiánico. Apareció como expresión sistemática de pensamiento a fines del siglo XIX y de expandió en el XX. En Argentina tuvo una enorme penetración y de hecho fue la ideología legitimadora de todos los golpes de estado. Como reflejo de sus postulados, recuerda recientemente Horacio Verbitsky, las palabras de Julio Meinvielle: “el poder temporal está al servicio de la Iglesia para los fines de la Iglesia misma”. La Cristiandad (que llama sinónimo pleno de ciudad católica) “es la vida pública sometida a la Iglesia, y el cristianismo apenas su profesión privada”.[1]
Qué sino una actualización de este argumento implica que Bergoglio apele al “plan de Dios”. “No se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento), sino de una movida del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”[2], dice Bergoglio por escrito.
Es decir, hay un plan de Dios al que la autoridad política debe someterse, no importa que los legisladores sean electos democráticamente, hay una legitimidad superior, la de Dios y quién la manifiesta; Bergoglio. Pero perfectamente, Bergoglio puede avanzar en este razonamiento, si el matrimonio igualitario va en contra del plan de Dios es porque en realidad la homosexualidad va en contra del plan de Dios, por qué permitir que convivan con los cristianos quienes atentan contra cristiandad. Por qué aceptarlos si no los queremos en la cristiandad, por qué deberían tener cualquier derecho. Como expresó un antecesor del arzobispo, Antonio Quarracino, hay que meter los gays en un ghetto para limpiar una mancha innoble del rostro de la sociedad.[3]
El integrismo deriva inexorablemente en el exterminio del diferente en una lógica que bien mirada se muerde la cola pues a medida que los parámetros de la “pureza” se tornan más estrictos nadie es, finalmente, un exponente puro en un devenir que se convierte en vigilancia paranoica.
Los argentinos conocemos bien este tipo de argumentos; como dijimos, fundamentaron todos los golpes de estado. ¿Por qué se “justificaron” los golpes? Porque los gobiernos o la sociedad se apartaron del “ser nacional” o de la nacionalidad que es otro nombre del “plan de Dios” que enuncia Bergoglio. Los custodios de la esencia nacional eran las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica, por eso tenían preeminencia a la política y a la Constitución.
Lo que celebramos el bicentenario es el sepelio de esta fuente de autoritarismo y desastre en Argentina.
Los fieles católicos harían bien en reclamar a Bergoglio un paso al costado, toda vez que su ceguera y obstinación política está llevando a la Iglesia a una indignidad difícilmente reparable. Es necesario para convivencia democrática pacífica que la Iglesia no reincida en este anacrónico integrismo.

Una posibilidad

El discurso autoritario no es sólo patrimonio de pastores. Lamentablemente ha dominado el espacio político desde los cortes de ruta de los empresarios agrarios en 2008 cuando el multimedio que concentra el 70% de la comunicación masiva en Argentina decidió utilizar el mismo método integrista de interpretación de la sociedad.[4]
Dirigentes políticos, entre los que destaca por su cinismo canalla Elisa Carrió[5], hicieron propio este lenguaje consistente en la deslegitimación radical de la autoridad constituida en nombre de una supuesta usurpación a un “cuerpo sano”. Claro que esto llevó a un funcionamiento poco democrático de la deliberación pública.
La resistencia popular a la implantación de este discurso junto con una gestión noble y comprometida del gobierno nacional quebraron de un modo que todavía intenta explicar Clarín & Co. la tendencia a un escenario estilo Honduras. Esta gesta merece un reconocimiento y un análisis independiente del presente.
Pero lo cierto es que con algunos debates planteados y también con la discusión del matrimonio igualitario renace la posibilidad de nuevas bases para el debate democrático, alejado de la deslegitimación radical del otro. Por caso merece reconocimiento el discurso del senador Sanz, con quien hemos discrepado en otras cuestiones, pero de quien valoramos haber superado la tentación de usar el tema en clave de horadar al oficialismo. El senador Sanz denunció presiones que más que presiones serían aprietes, sería bueno esclarecer estos hechos y evitar su repetición.
Es alentador pensar la posibilidad de un futuro próximo en que se debatan ideas y proyectos, en que la lógica política dé cuenta de interpretaciones distintas puestas sobre la mesa, superando el esquema donde todo se reduce a que opositores intentan “voltear” al gobierno y oficialistas sostenerse con cualquier alianza.
De concretarse podría ser el anuncio de nuevas alboradas.


[1] http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/149705-48072-2010-07-18.html
[2] http://noticiasargentinadigital.blogspot.com/2010/07/bergoglio-quieren-destruir-plan-de-dios.html
[3] http://www.youtube.com/watch?v=XClMyNPVARo&feature=youtube_gdata
[4] Véase http://www.elsolonline.com/noticias/viewold/12842/el-sonido-de-clarin--por-carlos-almenara--todo-noticias--todos-nosotros-
[5] Sabiendo lo que hacía, Carrió no dudó en hacer presentes las peores lacras de nuestro pasado en el debate político, incluyendo el golpismo por otros medios y como se vio en este debate lo peor de la discriminación en Argentina.

De vuelta a la oposición destructiva *

Hay diferencia entre hacer obstrucción y hacer oposición. Sin dudas que la crítica constructiva en pro de mejoras en la condición del país es siempre necesaria al funcionamiento democrático. Sin embargo, la oposición cerrada y total, la que a todo dice "no" y busca impedir el funcionamiento institucional, nada tiene de aporte a la democracia. Menos aún la curiosa situación que se da en Argentina, donde la derecha que apoyó a la dictadura se mezcla con el radicalismo y con sectores que se dicen de izquierda, en una mezcla indigesta que carece de toda posibilidad de servir a algún proyecto de gobierno -jamás tendrían coherencia entre sí-, cuya única convergencia es la acción disolvente contra quienes gobiernan hoy según el mandato electoral legítimamente otorgado.
Sabemos que la globalización económica consiste en el aumento del poder de los capitales multinacionales por sobre los estados-nación. Por ello, ha disminuido la capacidad política de maniobra de cada país frente al silencioso accionar de las fuerzas económicas trasnacionales. Ello redundó en lo que vimos en los años noventas: todos los sectores políticos se parecieron entre sí, con la única receta del achicamiento, el ajuste y las propuestas del FMI con aumento de la deuda externa. Esto es, la subordinación de la política a las ciegas leyes de aumento de la ganancia de los grandes pulpos económicos.
A comienzos de este siglo, se empezó a ver algo distinto a esto en diversos países de la región: Bolivia, Venezuela, Brasil y Ecuador entre ellos. Se recuperó el gasto social, la capacidad directriz del Estado y la posibilidad de reorientación de la renta pública. Aparecieron gobiernos que, sin plantearse una ruptura frontal con el capitalismo (que hoy sería altamente improbable), abandonaron la lógica del capitalismo para unos pocos.
Lo mismo sucedió en Argentina desde el año 2003, proceso dado en cada país con sus singularidades. Aquí, como en esas otras naciones hermanas, la deuda externa dejó de crecer y comenzó a suturarse parte de la deuda social. Desaparecieron los ajustes constantes, y se comenzó un proceso de gradual integración sudamericana. Se inició una política de derechos humanos que es un enorme logro institucional, así como lo es una Corte Suprema independiente. Y la anterior calamidad permanente, que llevó en su momento a cobrar con bonos o a que se bajaran los sueldos y jubilaciones antes del año 2001, fue cediendo a una política que ya no requirió hacer de la represión su recurso tan habitual como salvaje.
A esas mejoras se opone hoy la variopinta oposición, que junta socialistas con macristas, radicales con peronistas de derecha, Stolbizer con Duhalde o Nosiglia con Bullrich. Creìamos que el Mundial los llevaría a una tregua, pero ni siquiera eso ocurrió.
Vuelven en los medios y en el Congreso con renovada voluntad de obstrucción, con una sostenida ofensiva. Y suman asuntos diversos a granel: destacamos entre ellos la negativa a publicar lo dicho por Sadous, el ocultamiento de la condición de los que aparecen como hijos adoptados por la Sra. de Noble, y el paradojal pedido de un 82% para los jubilados.
La declaración de Sadous ha sido pedida, porque una tapa del diario Clarín publicó lo que pretendidamente había pasado en una sesión secreta de comisión del congreso. Como siempre, se trata de desprestigiar acciones del gobierno, más aún si son en relación con Venezuela. Lo cierto es que se ha pedido la versión taquigráfica de lo dicho en el Congreso, y la negativa opositora a darla muestra que -según parece- se inventó lo puesto en una tapa de diario, caso que obviamente no sería el único en esa clase de comportamiento mediático falaz.
Los que aparecen como hijos adoptivos de la Sra. de Noble -principal propietaria del grupo Clarín- han cometido en variadas ocasiones acciones para impedir que se pueda reconocer su ADN. Así la acción judicial lleva alrededor de ocho años. Ahora bien, si nada hubiera que ocultar, no se entiende por qué estas interminables maniobras dilatorias. Por tanto, la presunción de que se trata de hijos de desaparecidos se hace cada vez más ineludible. En este caso, la obstrucción se hace al accionar de la justicia.
Y lo más insólito es que los grupos que rebajaron las jubilaciones al mínimo (el peronismo federal cuando gobernaba con Menem, y el radicalismo que con De la Rúa las rebajó un 13% tras años y años de estar congeladas), ahora piden lo imposible: 82% móvil e inmediato para todos. Es exactamente lo contrario de lo que han hecho como gobierno y sostienen en su política opositora. Pero si no pueden hablar mal de medidas del gobierno (entrada de casi 3 millones de nuevos jubilados al sistema, recuperación de los depósitos de las AFJP, Asignación por Hijo), han decidido pedir lo imposible. Es decir, ahora piden políticas sociales al estilo de las que promueve el gobierno nacional, pero haciéndolas inviables. Ello es evidente en que hablan de otorgar el 82% pero se niegan a que el Estado pudiera recaudar para sostenerlo (la oposición a la Ord. 125 fue ejemplar al respecto).
Los jubilados vienen cobrando regularmente, siempre a tiempo y con aumentos dos veces por año. Y muchísimas personas que habían trabajado pero no podían acceder a la jubilación, la tienen gracias a decisiones de este gobierno.
La seriedad de la propuesta opositora se muestra en la intervención de Cobos en este debate. Su restitución del 82% en Mendoza fue sólo para los que lo tenían antes de 1996, y por cierto se hizo en acuerdo y colaboración financiera con el gobierno nacional, al cual él apoyaba en ese entonces. Esa restitución llegó sólo a un 3,5% de la masa de jubilados. Sin embargo, el ex-gobernador quiso presentarlo como ejemplo de un 82% que pudiera darse a todos, lo que es algo muy diferente. Notoriamente se trató de promover confusión, prometiendo lo que en la práctica no se hizo antes, ni es ahora viable.
Se juega con las expectativas sociales. Los que gobernaron fundiéndonos como país, ajustándonos al extremo, ahora piden un gasto social que ellos jamás quisieron dar. Los que se fueron del gobierno en helicóptero echados por el enojo popular, nos dan lecciones de cómo tratar a los jubilados. Los que llevaron los salarios a condiciones mínimas e irrisorias, pretenden obligar a una descompensación presupuestal que nos lleve nuevamente a endeudarnos con organismos internacionales. Pues si bien es necesario revalorizar las jubilaciones, cabe advertir que ello podría hacerse sólo gradualmente, sin la presión política de quienes ponen el tema como lema de campaña y asumiendo que en ese caso deberán pagar trubutos nuevos quienes más tienen, que son precisamente los aliados políticos de aquellos que hoy lanzan al aire esta consigna.
Ojalá la memoria social pueda mantenerse, más allá del ruido mediático. Si se llegara a dar crédito a estos cantos de sirena de los líderes del desastre nacional, de los campeones del colapso en el 2001, de los destructores sistemáticos de la economía y la institucionalidad del país, corremos el riesgo de que la estabilidad conseguida se vaya perdiendo, y nos retrotraigamos a los tiempos en que la patria parecía desvanecerse cada día bajo nuestros pies.

* Documento Carta Abierta Mendoza

El consenso es antidemocrático

Por Roberto Follari * (Publicado en Página/12 el lunes 21/06/10).

Cuando dibujaban a Isidoro Cañones (espejo en que pueden mirarse no pocos argentinos) lo hacían con un diablito y un angelito que, dentro de él, competían. Había un Isidoro bueno y uno malo, y a la hora de decidir, luchaban entre sí. Una manera clara de decir lo que han afirmado grandes teóricos, como el francés Lacan, cuando decían que el sujeto (es decir, cada persona) está dividido. Entre el deseo prohibido y la asunción de la prohibición, entre el impulso y la ley, entre la voluntad y la apatía.
En una pareja las desavenencias existen siempre, y sería casi una anormalidad que no se dieran. Cuesta ponerse de acuerdo, aun para pequeñas cosas como qué comer o qué ropa usar. Es obvio que la pareja es una institución nada simple, y que concordar entre sus dos componentes está lejos de ser esperable y natural.
Ahora bien, si uno no se pone de acuerdo ni consigo mismo, ni con su personal pareja, ¿cómo podría haber consenso entre 40 millones de personas, como somos los argentinos? ¿Qué verdad podría haber en esa noción idílica del acuerdo entre todos, que algunos creen que sería una bendición política nacional?
El consenso se ha vuelto palabra de moda, por cierto vacua. Está ligado a las imaginerías inconscientes más elementales: aquellas que dicen que lo junto es mejor que lo separado, que lo acordado mejor que lo discordado. Propio de cualquier discurso infantil sobre qué es lo bueno y qué es lo malo.
Pero la política juega el destino de los pueblos, no es un juego de niños. Allí no caben imaginerías bobas como las del Gran Acuerdo Universal, ni la de los consensos ideales entre los que piensan diferente. Tales infantilismos se pagan muy caros, generalmente con la Voz del Amo presentada como la de todos a la vez.
El consenso es la muerte de la política. La política, antes de la globalización (digamos, en la Argentina de los años ’50 o ’60) implicaba posiciones diferentes, programas distintos, ideologías diversas. Eso es lo genuino en política: ofrecer opciones diferenciadas, y ejercerlas como tales. No como en la época del menemismo, en que todos recitaban el libreto neoliberal, y daba igual votar al radical Angeloz que al candidato supuestamente peronista. No había política, pues se había renunciado a ésta: se jugaba al consenso, que consistía en que había que administrar y gestionar la privatización generalizada. En eso, todos estaban de acuerdo.
Desde 2003 hubo otra realidad en Argentina, y la política fue recuperada, tras haber sido rechazada totalmente en la debacle de 2001. Es porque reapareció la política que hay hoy antagonismos en el país, algunos razonables y otros artificiosos. Pero, por el bien del país, hay ahora discusión. Hay política, pues hay proyectos diferentes y no se recita desde el Gobierno el libreto neoliberal hegemónico a nivel planetario.
En cambio, la idea de consenso es intrínsecamente antidemocrática. Como es obvio que entre 40 millones no nos ponemos de acuerdo, hacen acuerdo por nosotros unos pocos allá arriba. De modo que se alejan de los mandatos populares, y de la variabilidad y heterogeneidad reales que hay en la sociedad. El consenso ahoga la pluralidad negando las diferencias, e impide la representación efectiva de las diversas voces y opciones que existen de hecho en la ciudadanía.
No hagamos, entonces, de la debilidad virtud, y no presentemos la falta de opciones y los acuerdos monocolores como si fueran un gran logro democrático. Por el contrario, el valor de la democracia reside en albergar el abanico de opiniones que hay en la sociedad, evitando los discursos homogeneizantes que son tan habituales en las dictaduras.

* Doctor en Filosofía, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo.

Visión de los vencidos*

Por Roberto Follari

“Si la his­to­ria la es­cri­ben los que ven­cen, eso quie­re de­cir que hay otra his­to­ria”. Enor­me ver­dad en una le­tra de rock. Tras la ce­le­bra­ción ju­bi­lo­sa del Bi­cen­te­na­rio, ca­be la re­fle­xión so­bre qué es eso que lla­man cien­cia his­tó­ri­ca.

Una cien­cia don­de se cum­ple con aque­lla otra le­tra tam­bién mu­si­ca­li­za­da: “Hoy los dia­rios no ha­bla­ban de ti”. Esa his­to­ria que no ha­bla de tan­tos, que se ol­vi­da de mu­chos. Que no re­fie­re a los más do­lo­ri­dos del mun­do, los des­ha­rra­pa­dos, los so­li­ta­rios, los gol­pea­dos, los de aba­jo.Son aque­llos que no tie­nen le­tra, cu­ya vi­da per­so­nal no se ador­na de la es­cri­tu­ra. Aque­llos de los que na­die ha­rá re­la­to: pros­ti­tu­tas del frío en el ca­rril Cer­van­tes, bo­rra­chos de al­gún cu­chi­tril de ba­rrio, sol­te­ro­nas de aque­llas que ya no vie­nen, an­cia­nos sin fa­mi­lia, cam­pe­si­nos en me­dio de la na­da, ig­no­ra­dos de to­das las la­ti­tu­des.Los sol­da­dos anó­ni­mos del ejér­ci­to san­mar­ti­nia­no no sa­len en la fo­to. Los su­frien­tes que fue­ron se­cues­tra­dos du­ran­te la dic­ta­du­ra mi­li­tar es­tán só­lo en fa­mi­lia­res o pe­que­ñas me­mo­rias. Los gau­chos que cua­tre­rea­ban pa­ra sos­te­ner­se an­te la lle­ga­da grin­ga mu­rie­ron en si­len­cio co­mo Juan Mo­rei­ra. Hay do­lo­res que no que­dan en el bron­ce, hay si­len­cios que na­die ha es­cu­cha­do, hay sin­sen­ti­dos que se per­die­ron sin que na­die los lle­na­ra.Son los per­so­na­jes de los fil­mes de Fe­lli­ni, des­gra­cia­dos y bus­ca­do­res de al­gún pin­to­res­quis­mo que los sal­ve. Son los de las no­ve­las de Jo­sé Do­no­so, los de “El lu­gar sin lí­mi­tes”, bo­rro­sos co­mo vie­ja fo­to fa­mi­liar, des­gas­ta­dos co­mo nai­pe de tim­ba. Los de los fil­mes de Leo­nar­do Fa­vio: esas gen­tes sin tiem­po y sin des­ti­no, lu­chan­do con­tra el en­cie­rro o la sor­di­dez. Los de las na­rra­cio­nes de Onet­ti, in­fe­li­ces, per­di­dos, so­nam­bú­li­cos. Los del cir­co de Harol­do Con­ti, los del gri­to des­ga­rra­do de Sa­muel Bec­kett.Pe­ro so­bre to­do son los que no ca­ben en es­cri­to al­gu­no, esas víc­ti­mas de la es­pe­ra, co­mo un gran men­do­ci­no su­po lla­mar­los. Esos chi­cos sin pa­dres, esas ma­dres so­las, to­dos los que ca­mi­nan por la his­to­ria sin que la his­to­ria quie­ra en­te­rar­se de sus des­ve­los.Ellos tam­bién sue­ñan, y en sus sue­ños qui­zá que­pa la for­tu­na, el es­ca­pe o la ri­sa. Uno pue­de ima­gi­nar en esos sue­ños la olea­da del mar o la pu­re­za del ai­re, y so­bre to­do la po­si­bi­li­dad de vo­lar. Vo­lar al­gu­na vez, ser li­bres de la pe­sa­di­lla que sig­ni­fi­ca la vi­da cuan­do la en­mar­có la po­bre­za, la so­le­dad, la des­gra­cia.Eso quie­re de­cir que hay otra his­to­ria. Otra, po­bla­da de ver­da­des pe­que­ñas, de he­roís­mos mí­ni­mos. De amo­res im­po­si­bles y so­li­da­ri­da­des de­ses­pe­ra­das, de ges­tos in­con­clu­sos y vo­lun­ta­des que­bra­das, de es­pe­ran­zas tie­sas, de aque­llas que re­sis­ten to­da la evi­den­cia del fra­ca­so múl­ti­ple.Allí es­tán ellos. Los ne­gros que fue­ron es­cla­vos y los in­dios que fue­ron mar­ti­ri­za­dos. Los mi­ne­ros sa­cri­fi­ca­dos, los obre­ros can­sa­dos, los cam­pe­si­nos anó­ni­mos. Los en­som­bre­ci­dos por la ca­ren­cia y el ago­bio.Allí es­tán, fue­ra de to­da es­cri­tu­ra y tam­bién de es­ta, más allá de to­do sen­ti­do o to­da con­cien­cia que los pien­se, en­hies­tos, cons­tan­tes, co­mo aque­llo de que la his­to­ria no ha­bla, aque­llo que es con­ver­ti­do en irri­so­rio. Alu­di­dos en al­gu­na le­tra de tan­go o la mi­ra­da de al­gún ar­tis­ta, re­lum­bran con­tra los lí­mi­tes de lo que los de­más so­mos, los que es­cri­bi­mos, lee­mos, nos es­co­la­ri­za­mos. Chi­cos de la ca­lle, lin­ye­ras de­vas­ta­dos, to­dos los su­fri­dos y ol­vi­da­dos del mun­do, se­gui­rán allí fue­ra su cau­ce do­li­do e in­son­da­ble. Al­gún sue­ño de vue­lo, de vue­lo in­men­so y per­sis­ten­te, de ine­fa­ble vue­lo que no ce­sa, se­rá qui­zá el úni­co asi­mien­to que los una con ese mun­do nues­tro que se les ha ne­ga­do.

*Nota publicada por Roberto Follari en el Diario Jornada (Mendoza)

Interiores y Exteriores

INTERIORES Y EXTERIORES*

Roberto Follari

La política exterior argentina en el último perìodo es realmente destacable. Desde el inequívoco apoyo al gobierno legítimo de Honduras cuando el golpe de Estado, a las gestiones -finalmente exitosas- para la liberación de secuestrados en Colombia. Desde la intervención diplomática firme en apoyo a Ecuador cuando la entrada militar colombiana a ese país, hasta el logro del apoyo latinoamericano completo a la causa por Malvinas. Desde la cumbre de Mar del Plata que acabó con el ALCA, al salvataje del gobierno de Evo por vía de la UNASUR.

Frente a la habitual política errática de la Argentina en el campo geopolítico, la actual actuación del gobierno es singularmente exitosa. Más aún si se recuerda los tiempos vergonzosos de "relaciones carnales", con las cuales sólo se buscaba caer simpáticos al imperio, sin tener ningún espacio de decisión soberana ni mantener algún rasgo de vocación latinoamericana.

No faltan los irresponsables que dicen que "estamos aislados del mundo", cuando sólo en una semana la presidenta se reunió con los presidentes de China y Estados Unidos, mientras el de Rusia hacía la primer visita a nuestro país en más de un siglo. También hay quienes no niegan los logros, pero pretenden que la política exterior no sería importante; según ellos, no nos afectaría en lo interno.

Esa distinción entre lo interno y lo exterior es menos rígida de lo que suele creerse. Ya lo dicen los teóricos de la Psicología, cuando muestran -lo hacía el célebre psicoanalista Jacques Lacan- que nuestro interior psíquico se formó desde el exterior; y que lo propio y lo ajeno son indiscernibles en gran parte de nuestra vida psíquica. Nuestros padres, por ej., están fuera de nosotros, pero a la vez los tenemos incorporados como parte de nuestra propia composición psíquica, si es que hemos convivido con ellos.

Lo mismo ocurre a nivel de la política: los buenos acuerdos internacionales redundan en inversiones y en los consiguientes efectos económicos internos. Se tejen pactos y contratos que refuerzan nuestra economía y nuestro desarrollo cultural. Nos hacemos más conocidos en el mundo a los efectos del turismo, y el respeto al país permite que no se nos sancione en los foros internacionales, y que podamos hacer negociaciones favorables (como es en este momento la de los bonos).

Una buena política internacional es, entonces, una manera de enfrentar de mejor manera nuestro destino nacional. Y esto se está haciendo de un modo notablemente eficaz, si se tiene en cuenta, por ej., que Argentina tiene el cuidado de mantener a la vez buenas relaciones con Venezuela y con Estados Unidos, países obviamente enfrentados entre sí. Conseguir que el presidente Obama agradezca a nuestra presidenta por su presencia en la última Cumbre Nuclear o que la ministra Hillary Clinton exprese elogios hacia nuestra nación, a la vez que sostener sólidos vínculos con gobiernos que -como los de Ecuador y Bolivia- resultan irritantes para el país del Norte, muestran una Argentina madura en sus relaciones; capaz de sostener su vocación latinoamericanista y su apoyo a los procesos democrático-populares de la región sin tensar sus relaciones con la mayor potencia del mundo, lo que es siempre favorable para evitar roces innecesarios y tensiones problemáticas.

Brasil es un país que mantiene autonomía geopolítica desde hace muchas décadas. Ha sostenido buena relación con Estados Unidos, pero a la vez se le ha enfrentado en cuestiones como las patentes, la inmigración o la relación con países africanos. Itamaraty ha sostenido una política inteligente y autónoma, una política de Estado que Lula ha sabido profundizar, pero que no fue él quien la inició.

Ojalá los argentinos estuviéramos a la altura de ese desafío. Cuando un ex-presidente de nuestro país es distinguido como primer Secretario General de la UNASUR, la mezquindad política doméstica hace que algunos quieran, desde la misma Argentina, estropear la situación. Es desmesurada y absurda la intención de desairar a todos los presidentes de América del Sur, quienes hicieron la elección unánime de Kirchner. Los conflictos domésticos discutámoslos en casa, y a la vez resguardemos la imagen internacional de nuestra política exterior.

Ojalá que así sea. El triste espectáculo de una Argentina dividida y donde algunos se oponen cerradamente hasta a los propios logros del país, resulta singularmente desconcertante. Es deseable que nos pongamos los pantalones largos y advirtamos que la política internacional requiere de una grandeza elemental, de mirar más allá del ámbito local de todos los días y de dejar los enfrentamientos inmediatos para pensar en el bienestar a largo plazo de todos los argentinos.-

*Publicado en el diario Jornada del día 12/05/2010

¿Y si creamos un Consejo Nacional de Precios?

¿Y si creamos un Consejo Nacional de Precios?

Por Miguel Longo *

El dueño de la cochera donde guardo mi auto aumentó la tarifa dos veces en el último año. De 30 pesos por mes, pasó a 50 pesos. En ese período, no invirtió un peso en mejorar las precarias condiciones del inmueble, ni tuvo que afrontar ningún aumento salarial, ya que allí no tiene ningún empleado. ¿Explicación? “Y… Ud. vio, la inflación…”.

Entonces, uno se pregunta: ¿La inflación se da porque los precios suben o los precios suben “porque hay inflación”?

Y si la cuestión se plantea a partir de la ínfima realidad de una cochera perdida en el Gran Mendoza, ¿cuál será el secreto que explique la suba de los precios en las grandes cadenas de valor y en el ilimitado mercado de los bienes y servicios de consumo masivo?

Es que si hay algo opaco e inasible en la actividad económica tal como la conocemos es, precisamente, el mecanismo mediante el cual se fijan los precios. Y, sobre todo, quiénes son los protagonistas de la fijación de los precios. En la jerga económico-mediática se los designa como “formadores de precios”, pero de ahí para abajo, ninguna precisión adicional.

Tradicionalmente, y en la Vulgata convencional, se explica el tortuoso proceso de formación de los precios con la simplista fórmula acuñada por el venerable Adam Smith: ante un aumento de la demanda de productos y servicios, los que los ofrecen tienden a aumentar los precios para obtener un mayor beneficio, lo cual actúa como un freno de la demanda, hasta que se llega a un nuevo equilibrio.

Así es cómo, apenas en el país se registra un crecimiento de la demanda, que indica un mejoramiento de la situación del conjunto de la sociedad, aparecen las voces de alerta. ¡Cuidado! Si se alienta demasiado la demanda, se pueden desbocar los precios. O sea, el adolescente está creciendo demasiado rápido... hay que cortarle las piernas...

Los que alertan son los mismos que tienen en su poder la facultad de fijar los precios. Y lo hacen como si estuvieran sometidos a una ley inexorable, como si no tuvieran libertad de decisión a la hora de fijar los precios. Es una curiosa forma de interpretar la racionalidad: responden a los mayores requerimientos de la sociedad, no con una producción mayor, sino desalentando la demanda, lo que incluso conspira contra sus propias posibilidades de obtener -en el largo plazo- un mayor beneficio propio.

Porque, precisamente, las medidas que estimulan la demanda lo que pretenden es incluir en el circuito comercial a grandes sectores que hasta el momento no participaban de manera significativa. Y la única forma de conseguir eso es aumentando la oferta mediante nuevas inversiones y no volverlos a excluir aumentando los precios.

Es interesante ver cómo, en distintos países, tanto de los ricos como de los pobres, las respectivas sociedades han creado organizaciones de Defensa del Consumidor. Por algo será, ¿no? Si los consumidores necesitan “defenderse”, será porque alguien los “ataca” o, por lo menos, ellos se sienten “atacados”. ¿Dónde queda la “seguridad jurídica” de esas masas de consumidores si están sometidos a la amenaza permanente del aumento de los precios como si se tratara de una ley de la naturaleza como la gravedad? ¿Dónde queda el respeto a su propiedad privada, que son sus escasos recursos? ¿Quién los defiende del robo-hormiga persistente y anónimo de esos centavos que día a día se van sumando imperceptiblemente a los precios?

Hasta ahora, sólo un bocón se ha atrevido a blanquear la forma en que se manejan los “formadores de precios”: “El que quiera comer lomo, que lo pague a 80 pesos el kilo”. Los demás se mantienen siempre lejos de luces y micrófonos, ocultos detrás de las bambalinas de una supuesta racionalidad económica o de rebuscados argumentos lastimeros.

En la Argentina existe, por ley, el Consejo Nacional de Salario, que después de haber estado archivado durante más de una década, ha vuelto a tener vigencia. Y está bien. Porque, en realidad, lo que está haciendo ese Consejo es fijar el precio del principal componente de la actividad económica, que es el trabajo humano.

Pero, ¿qué pasa con los precios de los demás componentes de la actividad económica? Si quedan librados a la bartola de la discrecionalidad de un sector, se diluye la incidencia de lo que dictamina el Consejo del Salario.

Por eso, la propuesta es que se constituya, por ley, como corresponde, un Consejo Nacional de Precios, en el que estén representados los consumidores y usuarios a través de sus respectivas organizaciones, consolidadas y representativas; los “formadores de precios” debidamente identificados, y el Estado como árbitro y garante de los acuerdos.

Así como el Consejo del Salario establece, normalmente, el “piso” de las remuneraciones, a través del Salario Mínimo, Vital y Móvil, el Consejo Nacional de Precios podría establecer el “techo” o Precio Máximo de una serie de productos y servicios que son esenciales para la población, y así se podría ir estrechando la “brecha de desigualdad” que tanto nos preocupa a todos. Para justificar eventuales modificaciones de precios, allí deberán transparentarse estructuras de costos de producción, beneficios de intermediación, márgenes y tasas de ganancia de cada integrante en todo el circuito económico. Dice la Constitución que los consumidores y usuarios tienen derecho a “información veraz y adecuada”…

Estoy seguro que semejante propuesta recibirá la sonrisa despectiva de los cultores de la “racionalidad económica” y las objeciones de muchos otros respecto de su practicabilidad, como algo imposible e impensable. No importa. Hace un siglo, también parecía impracticable, imposible e impensable la jornada laboral de ocho horas.


* Periodista – Dirigente del PJ de Godoy Cruz

LOS POBRES DESDE LEJOS

LOS POBRES DESDE LEJOS (+)

Roberto Follari

Hay quienes se dicen capaces de amar a los pobres, aunque cuanto más lejos de ellos, mejor. Ciertos modos "piadosos" de entender la caridad, pasan por esa visión de "darle algo a esta gente para que sufra menos". Pero en muchos casos desde sectores que viven con alguna comodidad, en los segmentos medios o altos de la sociedad, se esconde la idea de que "los pobres, lo son porque son vagos". Se supone que los desocupados de sectores populares están así porque no buscan trabajo, porque tienen vicios, porque son alcóhólicos o drogadictos.

Estos prejuicios contra los más vulnerables en la sociedad, no han dejado de estar presentes en la Argentina actual. Forman parte de la fobia agropecuaria lanzada en su momento contra el actual gobierno y de las propuestas conservadoras de la Mesa de Enlace, ésa que hoy pide devaluación contra el bolsillo de todos los argentinos. Y la hemos escuchado de parte de aquellos que dicen que "para qué dar Asignación por Hijo a ésos, si se la gastan en diversiones".

Pareciera que sólo los ricos pueden gastar en diversiones, que ellas estarían vedadas a los de abajo. Pero además, la Asignación por Hijo ha aumentado la presencia en las escuelas de nivel medio en más del 20%, lo que significa jóvenes que están en las aulas y no en las calles. Que, por tanto, están en menos probabilidad de ligarse a la droga y las adicciones, y más de aprender productivamente para ellos y para la sociedad.

Además, los que dicen que no demos ningún plan de apoyo a los de abajo (es que "hay que darles trabajo", dicen, sabiendo de la enorme dificultad que ello implica tras la desindustrialización practicada por Menem y De la Rúa), son los mismos que se encargan de hacer escándalo en torno del tema de la inseguridad ciudadana. Claman que no hay políticas para prevenirla, y cuando las hay -como es el caso de la Asignación por Hijo- las combaten y buscan desprestigiarlas.

Con la Asignación más de un millón de personas han salido de la indigencia; y otro más de millón han salido de la pobreza. La indigencia disminuyó a la mitad de la que existía, llevándose a un 3%, que es el más bajo de Latinoamérica (excepto Cuba); la pobreza bajó en un 13% respecto de la que había, según datos de gobiernos provinciales opositores al gobierno nacional. Aumentó la venta de artículos escolares, de vestimenta y de alimentos, lo cual ha redundado en beneficios para el comercio, además de los que lleva a los 3.700.00 niños incluidos, pertenecientes a 1.900.000 familias argentinas.

Por todo eso, suenan incomprensibles las palabras del presidente de la UCR, el mendocino Ernesto Sanz, contra la Asignación por Hijo. Las hizo en un acto en plena zona sojera, y creyó quizá interpretar un sentimiento de sus ocasionales escuchas. Ha recibido, en cambio, el inequívoco repudio de una amplísima gama de sectores sociales y políticos, incluyendo algunos de su propio partido.

Es que apenas puede creerse que se diga que la Asignación sirve para aumentar la droga y el juego. Y que se pretenda que afirmar eso no es una forma de discriminar a los más pobres, señalando que éstos son sólo sujetos de vicios y costumbres ajenas a la moral o al trabajo.

Pareciera que en la actual Argentina, la polarización política lleva a que se diga cualquier cosa; hay quienes buscan oponerse a todo, en todo momento y de cualquier manera. Sólo así puede explicarse estas declaraciones que han sorprendido tanto. Más todavía, cuando vienen del jefe de un partido que pretende que -aunque no es fácil saber con qué recursos- el gobierno nacional debiera llevar la Asignación a más población y con más monto. ¿Qué convicción tienen quienes hacen ese pedido? ¿Cómo puede pedirse eso mientras se piensa que la Asignación fomenta el consumo de drogas?¿Cuál sería el propósito implícito en ese pedido que, frente a las declaraciones de Sanz, se vuelve absurdo?

Volvamos a la sensatez. La Argentina requiere políticos serios, requiere que no se ponga conflicto donde no lo hay, y que las diferencias se debatan y elaboren en el seno de las instituciones y del respeto mutuo. El país no se merece un Bicentenario amenazado por un súbito paro lanzado por un dirigente que "no hizo la plata trabajando", según sus propias declaraciones; ni merece altisonancias contra los más pobres, ni tensiones venidas desde quienes debieran tener -como dirigentes- la capacidad para aminorarlas. Mientras nos salvamos no por casualidad -y ojalá siga siendo así- de la crisis que golpea a los países europeos (y que deseamos sea lo menos dura posible), no busquemos complicar nuestro presente más allá de lo necesario. Bienvenidos el disenso, la diferencia y la crítica; pero sin duda son rechazables la diatriba, la agresión y el ataque permanentes.-


(*)Publicado en el diario Jornada (Mendoza), el miércoles 19 de mayoe 2010.-