Por Roberto Follari
“Si la historia la escriben los que vencen, eso quiere decir que hay otra historia”. Enorme verdad en una letra de rock. Tras la celebración jubilosa del Bicentenario, cabe la reflexión sobre qué es eso que llaman ciencia histórica.
Una ciencia donde se cumple con aquella otra letra también musicalizada: “Hoy los diarios no hablaban de ti”. Esa historia que no habla de tantos, que se olvida de muchos. Que no refiere a los más doloridos del mundo, los desharrapados, los solitarios, los golpeados, los de abajo.Son aquellos que no tienen letra, cuya vida personal no se adorna de la escritura. Aquellos de los que nadie hará relato: prostitutas del frío en el carril Cervantes, borrachos de algún cuchitril de barrio, solteronas de aquellas que ya no vienen, ancianos sin familia, campesinos en medio de la nada, ignorados de todas las latitudes.Los soldados anónimos del ejército sanmartiniano no salen en la foto. Los sufrientes que fueron secuestrados durante la dictadura militar están sólo en familiares o pequeñas memorias. Los gauchos que cuatrereaban para sostenerse ante la llegada gringa murieron en silencio como Juan Moreira. Hay dolores que no quedan en el bronce, hay silencios que nadie ha escuchado, hay sinsentidos que se perdieron sin que nadie los llenara.Son los personajes de los filmes de Fellini, desgraciados y buscadores de algún pintoresquismo que los salve. Son los de las novelas de José Donoso, los de “El lugar sin límites”, borrosos como vieja foto familiar, desgastados como naipe de timba. Los de los filmes de Leonardo Favio: esas gentes sin tiempo y sin destino, luchando contra el encierro o la sordidez. Los de las narraciones de Onetti, infelices, perdidos, sonambúlicos. Los del circo de Haroldo Conti, los del grito desgarrado de Samuel Beckett.Pero sobre todo son los que no caben en escrito alguno, esas víctimas de la espera, como un gran mendocino supo llamarlos. Esos chicos sin padres, esas madres solas, todos los que caminan por la historia sin que la historia quiera enterarse de sus desvelos.Ellos también sueñan, y en sus sueños quizá quepa la fortuna, el escape o la risa. Uno puede imaginar en esos sueños la oleada del mar o la pureza del aire, y sobre todo la posibilidad de volar. Volar alguna vez, ser libres de la pesadilla que significa la vida cuando la enmarcó la pobreza, la soledad, la desgracia.Eso quiere decir que hay otra historia. Otra, poblada de verdades pequeñas, de heroísmos mínimos. De amores imposibles y solidaridades desesperadas, de gestos inconclusos y voluntades quebradas, de esperanzas tiesas, de aquellas que resisten toda la evidencia del fracaso múltiple.Allí están ellos. Los negros que fueron esclavos y los indios que fueron martirizados. Los mineros sacrificados, los obreros cansados, los campesinos anónimos. Los ensombrecidos por la carencia y el agobio.Allí están, fuera de toda escritura y también de esta, más allá de todo sentido o toda conciencia que los piense, enhiestos, constantes, como aquello de que la historia no habla, aquello que es convertido en irrisorio. Aludidos en alguna letra de tango o la mirada de algún artista, relumbran contra los límites de lo que los demás somos, los que escribimos, leemos, nos escolarizamos. Chicos de la calle, linyeras devastados, todos los sufridos y olvidados del mundo, seguirán allí fuera su cauce dolido e insondable. Algún sueño de vuelo, de vuelo inmenso y persistente, de inefable vuelo que no cesa, será quizá el único asimiento que los una con ese mundo nuestro que se les ha negado.
*Nota publicada por Roberto Follari en el Diario Jornada (Mendoza)
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